Este es el mar que denomino Gran Caribe, aquel que a través de un inmenso manto azul da continuidad a una unidad que se nutre de la diversidad. Complejo en su historia, logra unir y desunir. Razas autóctonas, animales y frutos nativos fueron testigos de batallas, alianzas, invasiones y abandonos que marcaron las líneas curtidas de su devenir. Aquellas que determinando sus dialectos, su expresión. Sumergidas en una continua transformación las olas de este mar han visto cómo de un carácter claro y afanoso se puede desatar uno oscuro y tormentoso. Así el Caribe es un lugar simpático, dócil y sandunguero, pero guarda la capacidad de ser uno necio, airado y melancólico; no en vano guarda el recuerdo de la vieja Europa y de la indomable África, los merodeos del Tío Sam y los embates que logra desencadenar la naturaleza cuando desata su furia.
Sabemos que el Caribe vive en nosotros, reconocemos su espíritu en nuestra forma de ser, en el actuar y en nuestros movimientos, pero cuánto nos atrevemos a afirmar que conocemos de su historia, de sus rincones, de su gente, de sus culturas, de sus curiosidades y de sus desventuras. No hay duda de que sentimos orgullo al decir que somos del Caribe, entonces hagámosle un gran favor y representemos con orgullo a nuestro Gran Caribe Azul.
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